sábado, 7 de julio de 2018

Entre "Anónimo" y Bombal.



Esa pila de libros crece peligrosamente. Su precario equilibrio amenaza con derribar el florero azul y la lámpara de la mesita de noche. Ladeando la cabeza hacia la izquierda, leo los títulos de abajo hacia arriba. Entre Anónimo y Bombal, la esquina de un pedacito de papel se asoma tímidamente. 

Como en un juego de Jenka, tomo con mucho cuidado el borde de lo que parece ser una tarjeta: despacio, conteniendo la respiración, cuidando de no derribar ni desacomodar mi pila de libros, voy jalando poco a poquito. Cuando he sacado lo que creo que debe ser la mitad del cartoncito, me detengo. Ante mí la cara blanca de lo que sin duda es papel fotográfico. 

Podría levantar apenas la esquina para poder ver de qué se trata. O podría seguir jalando y sacar la foto de una vez. 


En cambio, me siento en la orilla de la cama mientras veo cómo de entre la pila de libros sobresale la cartulina blanca. 


Me deslizo despacio hasta el piso: la espalda recorriendo lentamente el borde del colchón, las piernas se van doblando. Cuando  finalmente logro sentarme en el suelo, cierro los ojos. 

Bastaría con alzar un poco la vista, inclinando la cabeza tantito, para ver el anverso de esa foto.  En lugar de eso miro la pared color crema que tengo delante, mientras que por el rabillo del ojo veo la pila de libros y ese pedazo de foto que asoma.  Alzo la mano y muy despacio, sin apartar la mirada del muro, voy empujando la foto para regresarla a vivir entre las palabras, entre las hojas, entre las historias que tanto amé.