miércoles, 8 de mayo de 2019

Lo contenemos todo




Me abrazas, me besas, me acaricias toda, me penetras. Descarga eléctrica. Todo se conecta. Los sentidos se amplifican. Presente perfecto. Te veo con la piel. Te escucho con la vista. Te pruebo con los oídos. Te huelo con la lengua. Estamos fundidos. Entre tú y yo los límites se disuelven, la frontera se pulveriza. Mi piel, mi cuerpo entero está en ti, soy tú, soy contigo. Somos una esfera que gira y gira y flota. Cierro los ojos y veo, veo, veo. Veo sintiendo cada color, veo oliendo aromas: el aroma de tu piel, sudor, sexo. Veo escuchando el roce de los cuerpos, de las sábanas; es el sonido del viento, del agua, del fuego. Eres viento, eres agua, eres fuego. En tu cuerpo veo el espacio infinito: estrellas, galaxias, nubes de gas, planetas, polvo cósmico, estallidos. El sordo sonido del espacio. Lo contienes todo. Principio de vida, inmensidad. Giramos, giramos. Vuelo como ave que contempla desde las alturas, veo en tu cuerpo, que es el mío, el encendido atardecer, cirros y estratos rojos, naranjas, violetas, sobre un cañón de arena terracota con vetas pardas y blancuzcas. Colorido intenso como fuego. Siento el fuego. Eres fuego: quemas, calientas, entibias. Ya no soy ave, ahora soy el viento que mira, avanza, empuja, se cuela. El cielo en tu piel se torna cobalto, abajo la nieve se extiende en un valle bordeado por un bosque de abetos altísimos; una ventisca recorre los árboles, soy esa ventisca que te recorre todo. Frío, aire ligero, fluido, ágil, veloz; veo los diminutos copos, partículas de fino polvo. Verde pradera de tiernos pastos con flores diminutas, lilas, amarillas, blancas. Infinita alfombra mullida, verde, esmeralda, musgo, trébol. Huelo la fresca hierba, los primeros brotes, huele a ti, huele a naturaleza, huele a vida nueva, huele a retoños, huele a sexo. Un riachuelo se va ensanchando. Soy el agua que discurre suave, miro la ribera flanqueada por altos y frondosos árboles, árboles robustos, de troncos rugosos, añejos, ásperos, árboles esbeltos de troncos lisos, tersos, pulidos. Veo el cielo entre las ramas llenas de renuevos. Paisaje impresionista de manchas verdes y azules. Giramos. Veo el lecho del río que soy yo, que eres tú: guijarros, ovalados, redondos, cafés, rojizos, grises, negros, destellos de luz, gibigiana. Nos precipitamos pendiente abajo. Eres una cascada. Río caudaloso, violento. Siento la fuerza implacable del agua, tu fuerza. En un estallido llegamos al mar. Las aguas revientan contra la extensa masa salada, nos fundimos. Giramos, giramos. Rítmico vaivén. Avanzamos. Inmenso océano. Lo contenemos todo. En tu cuerpo veo las majestuosas olas que empujan contra las rocas, estrellándose, bañándolo todo, volviendo al mar. Olas embravecidas, imponentes. Densa espuma de un blanco cegador. Calma. Es tu piel dorada arena con destellos cristalinos, olas suaves la acarician, la rozan, la besan. Agua que baña delicadamente la costa. Suave ritmo, acompasado movimiento.
Abro los ojos. Te veo. Todo tu cuerpo contiene el paisaje, eres tú el paisaje, eres tú el universo, el cañón, el valle nevado, la verde pradera, el caudaloso río, el furioso mar, las olas embravecidas, la fina espuma, la arena besada por un sutil espejo de agua. Me miras. Comprendo.