miércoles, 28 de noviembre de 2018

I Have Found What You Are Like e.e. cummings Traducción (sin métrica) Estela Peña Molatore



he descubierto que te pareces a

la lluvia,

(Que empluma asustados campos 

con el sublime polvo-de-sueño. empuña

suavemente el pálido bastón del viento

y arremolinadas almas de flor golpean

el aire en manifiesta frescura,

obras de maravillosa luz verde
con sutiles

tiernos amarillos

se sacuden y empujan

-en el bosque
que
tartamudea                                             
      
          y
                                                 canta


Y la serenidad de tu sonrisa

conmueve las aves entre mis brazos; pero

antes que otra cosa prefiero

tener (casi cuando la inmensidad se cierre
en silencio)  casi,
tu Beso



_____________________________________________________

i have found what you are like
the rain,

            (Who feathers frightened fields
with the superior dust-of-sleep. wields

easily the pale club of the wind
and swirled justly souls of flower strike

the air in utterable coolness

deeds of green thrilling light
                                  with thinned

newfragile yellows

                      lurch and press

—in the woods
                      which
                              stutter
                                        and

                                              sing
And the coolness of your smile is
Stirring of birds between my arms; but
i should rather than anything
have (almost when hugeness will shut
quietly) almost,
                  your Kiss

domingo, 18 de noviembre de 2018

Llevo tu corazón conmigo e.e. Cummings Traducción


Llevo tu corazón conmigo...

Llevo tu corazón conmigo (lo llevo
en mi corazón) nunca lo dejo (allá donde
voy, tú vas, querido; y todo cuanto hago,
lo haces tú, mi amado)

                                                     No temo
al destino (porque tú eres mi destino amor)
no quiero ningún mundo, (hermoso, porque tú eres mi mundo,
mi verdad)
y eres tú, todo lo que la luna siempre ha sido
y todo lo que el sol cantará por siempre, eres tú.

He aquí el más profundo secreto, que nadie conoce
(he aquí la raíz de la raíz y el brote del brote,
el cielo del cielo de un árbol llamado vida, que crece
más alto de lo que el alma puede esperar,
de lo que la mente puede ocultar,
es la maravilla que mantiene las estrellas separadas.

Llevo tu corazón conmigo (lo llevo en mi corazón)

* i carry your heart with me (i carry in it) E.E. Cummings
Traducción mía

#Cummings #Poetry #Poems #Translation #Traducción #Poesía

sábado, 17 de noviembre de 2018

¿Por qué no quería conocer a Rodión Románovich Raskólnikov?

                                                                                                                              Una cierta vergüenza me invadía cada vez que una conversación sobre libros y literatura pasaba por Dostoyevski.
       Es verdad que no he leído a un montón de «clásicos» y no conozco ni de lejos la obra de muchos de los grandes. De Tolstoi por ejemplo, sólo he leído algunos cuentos y no es que me sienta orgullosa de ello, pero no me da pena decir que no he leído Guerra y Paz.
       Pero con Fiódor es otra historia. Acúsome de no haberlo leído antes porque me daba miedo. Miedo ¡tal cual! Y no: no se trataba de temor a sus letras, a su grandeza, tampoco miedo a ser incapaz de comprenderlo o de apreciarlo. Me daba terror porque me remitía a un oscuro lugar de mi infancia.

***

A través de las cortinas de encaje del gran ventanal que abarcaba todo un muro, era posible adivinar el macizo librero de caoba que albergaba la biblioteca de casa. De piso a techo, doble altura, de pared a pared, innumerables volúmenes tapizaban la librería. Libros de derecho, de filosofía, de historia, de economía, los grandes de la literatura, enciclopedias, ensayos, cuentos, novelas. La chimenea que nunca se usó ocupaba una tercera pared. Y en la cuarta, frente al librero, forrados  con tela escocesa a cuadros verdes, un sofá y un sillón, indiscutible trono de la Pitusa, la peluda gata gris, con un ojo verde y otro blanco y ciego. Una araña de cristal colgaba del techo. La biblioteca era un espacio lleno de luz.

       Nadie podría siquiera imaginar que entre sus repisas había un par de libros siniestros. Al menos para mí.
      «El Rehén del Diablo» con su lomo negro y grandes letras rojas atrapaba siempre mi mirada. Al día siguiente de que murió mamá, con más determinación que miedo, lo saqué del librero y lo llevé a la Iglesia. Creía yo (en ese entonces creía) que allí sabrían qué hacer con él y así me aseguraba que ni el libro ni las macabras historias que tanto le fascinaban, volverían a casa ahora que ella tampoco regresaría.
      Pero era ese otro volumen, «Las Obras Completas de Dostoyevski» empastado en cuero, con letras doradas y con el rostro del ruso en el lomo el que en verdad me daba terror. Porque ese libro era presagio de oscuras horas de una profunda depresión que se adueñaba de mamá.

        En la salita de música, y no en la luminosa biblioteca, solía sentarse en un sillón aterciopelado. A su lado sobre una mesa, una lámpara de luz mortecina daba a la escena un aire aún más tétrico. Mientras, las notas de la sinfonía del Nuevo Mundo eran la música de fondo en esos momentos y los únicos sonidos que ella toleraba. El libro entre sus manos, en su rostro una mezcla de angustia, dolor, tristeza, desesperanza. No sé cuánto tiempo pasaba antes de que, en la consola adornada por flores de marquetería, Dvořák cesara, y tan sólo quedara el monótono chirrido rasposo de la aguja sobre el vinilo que no dejaba de girar. Y así seguía leyendo, durante lo que a mí me parecían interminables horas.
        Con terror hipnótico, yo la observaba desde lejos, sin que ella me viera. No me estaba permitido hablar, ni hacer ruido, ni acercarme mientras sucedía ese ritual de transformación.
      Cuando finalmente se levantaba, subía lentamente la escalera y se encerraba en su recámara. Y allí podía permanecer días y días. A veces hasta semanas.
     Sobre la mesita, Dostoyevski, con su cubierta de piel y sus cantos dorados, reposaba iluminado débilmente por la escasa luz. Su obra estaba completa. Fiódor, como Virgilio, nos conducía a lo profundo de un oscuro infierno de silencio, tristeza y soledad.

 (...)



sábado, 10 de noviembre de 2018

La sonrisa de Mr. Hyde



Durante meses había pospuesto la limpieza de la biblioteca. El polvo se acumulaba cubriendo los estantes y los libros.

Desde que inició la construcción del edificio contiguo, no había tenido modo de mantener la casa limpia.

La suciedad se adhería neciamente a todas las superficies. Las hojas de las plantas lucían un aspecto opaco y caían lánguidas. La astromelia amarilla no floreaba desde marzo. Las cortinas eran una calamidad y caminar descalzo había dejado de ser un placer: la mugre se obstinaba en pegarse a las plantas de sus pies.

Lo que le daba pena de verdad era el pobre librero. La estantería que solía conservar inmaculada estaba cubierta por una gruesa capa de fino y persistente polvo. Los libros eran un verdadero desastre.

Ahora que la construcción estaba ya en su fase final podía por fin dedicarse a la urgente labor de saneamiento.

Acercó la escalera, apoyándola contra el sólido librero de madera y subió los seis escalones. Ya en la cima, trapo en mano, inclinó levemente la cabeza de lado y comenzó a leer entusiasmado los títulos: eran libros que hacía mucho tiempo no leía. Uno en particular llamó su atención. Una bella y antigua edición de El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde hermosamente ilustrada. Lo leería esa misma tarde. Emocionado, lo sacó y al abrirlo ¡ay! comenzó a deshojarse. Trató de atrapar las hojas que se dispersaban por los aires. Trastabilló, perdió el equilibrio. Sujetó con fuerza el trapo como si éste lo pudiera salvar. Con la mano libre, intentó detenerse de algo y lo único que logró aferrar fue el escalón superior de la frágil escalera que comenzó a caer también, amenazando con aplastarlo. 

Como un bulto cayó al suelo y la escalera sobre él. Podía ver las páginas del libro que volaban lentas, el rostro terrible de Mr. Hyde, oscilando con parsimonia como una hoja de otoño, sonreía con su tétrica mueca.
Un destello cegador y enseguida una espesa oscuridad lo invadió.

Cuando por fin abrió los ojos. Sintió un agudo dolor en la cabeza. Instintivamente se llevó una mano hasta tocar un prominente chichón sobre la frente. Se dio cuenta que aún sostenía el limpio paño de franela. La ligera escalera encima de él, se sentía pesada como una losa.

Sin levantarse, miró en torno y vio las hojas regadas por el suelo. Extendió un brazo, tomó una de las páginas. La acercó a su rostro. Las palabras habían sido sustituidas por extraños símbolos que ahora no le decían nada.

A su lado, Mr. Hyde sonreía burlón.