viernes, 14 de diciembre de 2018

Voy a escribir un libro, un cuento, un poema, una carta...


Voy a escribir un libro. Tú serás el protagonista; el detective listo y sagaz, el aventurero osado y valiente, el chico sensible y sensual, el viejo que amaba a su perro, el hombre que con un cincel (re)construyó la solana y de paso, su vida.

Voy a escribir un cuento ingenioso para sorprenderte con su final.

Voy a escribir un poema y buscaré palabras preciosas que conmuevan tu corazón.

Voy a escribir una carta y te contaré cómo ha sido la vida desde que no estás. Te diré que estoy bien, que todavía hay noches que se llenan de nostalgia y de recuerdos. También que hay días buenos, tan buenos que más de una vez he fingido que te tengo ante mi contándotelo todo.
Te diré que cada mañana al despertar, le pido al cielo por ti. 
Y con letra muy pequeñita te diré también que quiero que vuelvas y no sólo en mis sueños, como ya has hecho tantas veces; que quiero tumbarme de nuevo a tu lado en la hierba una mañana de agosto; que quiero poder acariciarte una vez más. 
Con mi mejor caligrafía escribiré te quiero y firmaré sólo con mi inicial.

Voy a escribir tu nombre. 

Dentro de un cajón guardaré el libro, el cuento, el poema y la carta. 

Tu nombre, en cambio, lo llevaré conmigo.

lunes, 3 de diciembre de 2018

¿Asi que quieres que te lea un cuento?



Parada de puntillas miro por la ventana del comedor que asoma al jardín.

Allí está ella.

Recargada a su lado, la Pitusa, con los ojitos entrecerrados, probablemente ronronea.

Arranca pacientemente la hierba que crece entre el pasto y murmura. Siempre murmura cosas, habla sola, palabras ininteligibles. No se trata de un monólogo, parece más bien un diálogo con seres que la rondan o que la habitan. No sé si los ve o no. Tampoco sé si ellos la ven. Espero que a mí no me vean.

Permanecerá en el jardín un buen rato. Eso me dará el tiempo de subir hasta su recámara, abrir el antiguo y sólido ropero de tres puertas,  levantar la tapa de madera del piso falso que descubrí apenas hace una semana y ver qué contiene esa caja azul que hay dentro.
Ya otras veces me ha asomado al interior del mueble. Sólo he logrado abrir la puerta central; las otras dos tienen pasadores en la parte superior. Podría claro, arrastrar el taburete del tocador hasta el ropero para alcanzarlos. Quizá lo haga otro día.

Desde el jardín ella no puede escucharme, pero de todas maneras corro de puntitas por la escalera para no hacer ruido.
He aprendido a vivir así, de puntitas, a moverme ligera como fantasma; a no hacer ruido, a reírme bajito, a encerrarme en el baño para que no me vea llorar, a no perturbar sus conversaciones con esos seres que sólo ella conoce. También lo hago por precaución ¿qué pasaría si al interrumpir esa charla, ellos  me hablaran?  

**

Dentro de la cajita de música enchapada, sobre la cómoda, está la llave de hierro colado. El corazón se me acelera. Lo siento retumbando dentro del pecho, como cuando van los cadetes al colegio el día de la bandera tocando sus tambores. Mis sienes palpitan. La boca se seca.

Abro el ropero. Me pongo de rodillas sobre el piso de duela. Observo con atención la disposición de las dos cajas que hay en la parte de abajo. Es importante recordar cómo están colocadas, calcular la distancia que las separa. Tendré que dejarlas tal como estaban para no ser descubierta. Ella lo nota todo. Con cuidado las saco y las dejo a mi lado.

De pronto un ruido. Escucho atenta. Los ojos bien abiertos. No, no es ella.

La casa cruje a veces. Los pisos de duela parecen encerrar un cosmos desconocido debajo de ellos. Por las noches siento miedo. Imagino que cuando oscurece, los seres que viven en ese inframundo se asoman, salen, rondan la casa, acechan bajo mi cama. Por eso al ir a dormir, no me muevo, para que la colcha se quede bien apretada y me proteja como un capullo y así no puedan alcanzarme.

Me concentro y palpo con detenimiento el piso del ropero. La siento. Una hendidura. Meto un dedo en ella y tiro con fuerza hacia arriba. Se levanta la tapa con facilidad. Observo el interior.

Atado con un deslucido listón de terciopelo rosa, un paquete de tarjetas postales y cartas metidas en sobres amarillentos por el tiempo. Una cajita redonda de madera que abrí la última vez. Dentro hay botones de vestidos que nunca he visto, quizá ya no existen. Me robé uno. Lo tengo escondido: parece un rubí, como los que adornan los zapatos que Dorothy usó para volver a casa. ¿Por qué habrá querido regresar? Cuando yo vaya a Oz me quedaré allí y llevaré conmigo a la Pitusa. Cada vez que sopla fuerte el viento, salgo al jardín y la cargo entre mis brazos: si llega un tornado, nos iremos.

Allí está la caja forrada con tela azul.
Suspiro. Me muerdo los labios. Siento que las manos se humedecen de sudor. Con mucho cuidado, la saco. La abro. El asombro dibuja una sonrisa en mi rostro. Acomodados en dos pilas, pequeños libritos con portadas en color naranja, azul y blanco.

Me siento cruzando las piernas, y aunque allí no hay nadie, acomodo mi vestido para que no se me vean los calzones. Tomo uno de los cuentitos. Es delgado. Casi deletreando, leo despacio el título «Los cuatro gatos negros». Debajo una ilustración: un hada con alas y una corona, un duende con un gran sombrero, otros gnomos con gorritos puntiagudos. «Colección MA-RU-JI-TA». Lo abro.

Absorta como estoy, percibo un repentino cambio en la luminosidad de la recámara, como cuando una nube se atraviesa de pronto y cubre el sol. Alzo apenas un poco la vista. Allí está ella. De pie. No la oí llegar. Miro sólo sus piernas. No me atrevo a levantar la cabeza. Vuelvo a apretar los labios. Si aguanto lo suficiente la respiración quizá logre desaparecer. 

―«Los cuatro gatos negros». Me acuerdo bien de ese. Son mis cuentos de cuando era niña. ―su voz es plana. No denota enojo. No denota nada.
Un temblor me recorre. Tímidamente levanto la vista esbozando una sonrisa de disculpa, tendiéndole el libro que tengo entre las manos, esperando un grito, preparándome para recibir un bofetón, un jaloneo. Pero no sucede nada.
―¿Quieres que te lo lea?
Suspiro aliviada.
**
Cierra las pesadas cortinas y enciende la luz en la mesita que separa los dos sillones orejeros tapizados en brocado verde seco. Al pie de la lámpara, con su pantalla de tela plisada, descansan un par de libros.
―Siéntate derecha y deja las piernas quietas, no estés pateando el sillón.
Mis pies aún no alcanzan el suelo.
¿Así que quieres que te lea un cuento?
Sin esperar a que responda, toma uno de los gruesos volúmenes de la mesa.
Me lo muestra. En la portada una calle oscura iluminada por luz ámbar, un farol y la silueta de un hombre que, con sombrero y maletín, mira hacia una casa en el fondo.
―Tú lee el título ―me ordena.
Quiero decirle que prefiero el cuentito de los gatos con sus hadas y duendes y gnomos en la portada de colores. No me atrevo.
Tomo aire, aún leo muy despacito, apenas estoy aprendiendo.
― El ex-or-cis-ta.
Lo abre. Comienza a leer.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

I Have Found What You Are Like e.e. cummings Traducción (sin métrica) Estela Peña Molatore



he descubierto que te pareces a

la lluvia,

(Que empluma asustados campos 

con el sublime polvo-de-sueño. empuña

suavemente el pálido bastón del viento

y arremolinadas almas de flor golpean

el aire en manifiesta frescura,

obras de maravillosa luz verde
con sutiles

tiernos amarillos

se sacuden y empujan

-en el bosque
que
tartamudea                                             
      
          y
                                                 canta


Y la serenidad de tu sonrisa

conmueve las aves entre mis brazos; pero

antes que otra cosa prefiero

tener (casi cuando la inmensidad se cierre
en silencio)  casi,
tu Beso



_____________________________________________________

i have found what you are like
the rain,

            (Who feathers frightened fields
with the superior dust-of-sleep. wields

easily the pale club of the wind
and swirled justly souls of flower strike

the air in utterable coolness

deeds of green thrilling light
                                  with thinned

newfragile yellows

                      lurch and press

—in the woods
                      which
                              stutter
                                        and

                                              sing
And the coolness of your smile is
Stirring of birds between my arms; but
i should rather than anything
have (almost when hugeness will shut
quietly) almost,
                  your Kiss

domingo, 18 de noviembre de 2018

Llevo tu corazón conmigo e.e. Cummings Traducción


Llevo tu corazón conmigo...

Llevo tu corazón conmigo (lo llevo
en mi corazón) nunca lo dejo (allá donde
voy, tú vas, querido; y todo cuanto hago,
lo haces tú, mi amado)

                                                     No temo
al destino (porque tú eres mi destino amor)
no quiero ningún mundo, (hermoso, porque tú eres mi mundo,
mi verdad)
y eres tú, todo lo que la luna siempre ha sido
y todo lo que el sol cantará por siempre, eres tú.

He aquí el más profundo secreto, que nadie conoce
(he aquí la raíz de la raíz y el brote del brote,
el cielo del cielo de un árbol llamado vida, que crece
más alto de lo que el alma puede esperar,
de lo que la mente puede ocultar,
es la maravilla que mantiene las estrellas separadas.

Llevo tu corazón conmigo (lo llevo en mi corazón)

* i carry your heart with me (i carry in it) E.E. Cummings
Traducción mía

#Cummings #Poetry #Poems #Translation #Traducción #Poesía

sábado, 17 de noviembre de 2018

¿Por qué no quería conocer a Rodión Románovich Raskólnikov?

                                                                                                                              Una cierta vergüenza me invadía cada vez que una conversación sobre libros y literatura pasaba por Dostoyevski.
       Es verdad que no he leído a un montón de «clásicos» y no conozco ni de lejos la obra de muchos de los grandes. De Tolstoi por ejemplo, sólo he leído algunos cuentos y no es que me sienta orgullosa de ello, pero no me da pena decir que no he leído Guerra y Paz.
       Pero con Fiódor es otra historia. Acúsome de no haberlo leído antes porque me daba miedo. Miedo ¡tal cual! Y no: no se trataba de temor a sus letras, a su grandeza, tampoco miedo a ser incapaz de comprenderlo o de apreciarlo. Me daba terror porque me remitía a un oscuro lugar de mi infancia.

***

A través de las cortinas de encaje del gran ventanal que abarcaba todo un muro, era posible adivinar el macizo librero de caoba que albergaba la biblioteca de casa. De piso a techo, doble altura, de pared a pared, innumerables volúmenes tapizaban la librería. Libros de derecho, de filosofía, de historia, de economía, los grandes de la literatura, enciclopedias, ensayos, cuentos, novelas. La chimenea que nunca se usó ocupaba una tercera pared. Y en la cuarta, frente al librero, forrados  con tela escocesa a cuadros verdes, un sofá y un sillón, indiscutible trono de la Pitusa, la peluda gata gris, con un ojo verde y otro blanco y ciego. Una araña de cristal colgaba del techo. La biblioteca era un espacio lleno de luz.

       Nadie podría siquiera imaginar que entre sus repisas había un par de libros siniestros. Al menos para mí.
      «El Rehén del Diablo» con su lomo negro y grandes letras rojas atrapaba siempre mi mirada. Al día siguiente de que murió mamá, con más determinación que miedo, lo saqué del librero y lo llevé a la Iglesia. Creía yo (en ese entonces creía) que allí sabrían qué hacer con él y así me aseguraba que ni el libro ni las macabras historias que tanto le fascinaban, volverían a casa ahora que ella tampoco regresaría.
      Pero era ese otro volumen, «Las Obras Completas de Dostoyevski» empastado en cuero, con letras doradas y con el rostro del ruso en el lomo el que en verdad me daba terror. Porque ese libro era presagio de oscuras horas de una profunda depresión que se adueñaba de mamá.

        En la salita de música, y no en la luminosa biblioteca, solía sentarse en un sillón aterciopelado. A su lado sobre una mesa, una lámpara de luz mortecina daba a la escena un aire aún más tétrico. Mientras, las notas de la sinfonía del Nuevo Mundo eran la música de fondo en esos momentos y los únicos sonidos que ella toleraba. El libro entre sus manos, en su rostro una mezcla de angustia, dolor, tristeza, desesperanza. No sé cuánto tiempo pasaba antes de que, en la consola adornada por flores de marquetería, Dvořák cesara, y tan sólo quedara el monótono chirrido rasposo de la aguja sobre el vinilo que no dejaba de girar. Y así seguía leyendo, durante lo que a mí me parecían interminables horas.
        Con terror hipnótico, yo la observaba desde lejos, sin que ella me viera. No me estaba permitido hablar, ni hacer ruido, ni acercarme mientras sucedía ese ritual de transformación.
      Cuando finalmente se levantaba, subía lentamente la escalera y se encerraba en su recámara. Y allí podía permanecer días y días. A veces hasta semanas.
     Sobre la mesita, Dostoyevski, con su cubierta de piel y sus cantos dorados, reposaba iluminado débilmente por la escasa luz. Su obra estaba completa. Fiódor, como Virgilio, nos conducía a lo profundo de un oscuro infierno de silencio, tristeza y soledad.

 (...)



sábado, 10 de noviembre de 2018

La sonrisa de Mr. Hyde



Durante meses había pospuesto la limpieza de la biblioteca. El polvo se acumulaba cubriendo los estantes y los libros.

Desde que inició la construcción del edificio contiguo, no había tenido modo de mantener la casa limpia.

La suciedad se adhería neciamente a todas las superficies. Las hojas de las plantas lucían un aspecto opaco y caían lánguidas. La astromelia amarilla no floreaba desde marzo. Las cortinas eran una calamidad y caminar descalzo había dejado de ser un placer: la mugre se obstinaba en pegarse a las plantas de sus pies.

Lo que le daba pena de verdad era el pobre librero. La estantería que solía conservar inmaculada estaba cubierta por una gruesa capa de fino y persistente polvo. Los libros eran un verdadero desastre.

Ahora que la construcción estaba ya en su fase final podía por fin dedicarse a la urgente labor de saneamiento.

Acercó la escalera, apoyándola contra el sólido librero de madera y subió los seis escalones. Ya en la cima, trapo en mano, inclinó levemente la cabeza de lado y comenzó a leer entusiasmado los títulos: eran libros que hacía mucho tiempo no leía. Uno en particular llamó su atención. Una bella y antigua edición de El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde hermosamente ilustrada. Lo leería esa misma tarde. Emocionado, lo sacó y al abrirlo ¡ay! comenzó a deshojarse. Trató de atrapar las hojas que se dispersaban por los aires. Trastabilló, perdió el equilibrio. Sujetó con fuerza el trapo como si éste lo pudiera salvar. Con la mano libre, intentó detenerse de algo y lo único que logró aferrar fue el escalón superior de la frágil escalera que comenzó a caer también, amenazando con aplastarlo. 

Como un bulto cayó al suelo y la escalera sobre él. Podía ver las páginas del libro que volaban lentas, el rostro terrible de Mr. Hyde, oscilando con parsimonia como una hoja de otoño, sonreía con su tétrica mueca.
Un destello cegador y enseguida una espesa oscuridad lo invadió.

Cuando por fin abrió los ojos. Sintió un agudo dolor en la cabeza. Instintivamente se llevó una mano hasta tocar un prominente chichón sobre la frente. Se dio cuenta que aún sostenía el limpio paño de franela. La ligera escalera encima de él, se sentía pesada como una losa.

Sin levantarse, miró en torno y vio las hojas regadas por el suelo. Extendió un brazo, tomó una de las páginas. La acercó a su rostro. Las palabras habían sido sustituidas por extraños símbolos que ahora no le decían nada.

A su lado, Mr. Hyde sonreía burlón.




viernes, 19 de octubre de 2018

Una Volta Sognai Alda Merini. Traducción Estela Peña Molatore

Una volta sognai - Alda Merini


Soñé una vez 

que era una tortuga gigante

con esqueleto de marfil, arrastrando niños y niñas, y algas y residuos y flores

y todos se aferraban a mi dura envoltura

Yo era una tortuga tambaleándome bajo el peso del amor,

lenta para entender, rápida para bendecir

 Los lanzaron al agua una vez, hijos míos

y ustedes se aferraron a mi caparazón 

y los puse a salvo

porque esta tortuga marina

es la tierra que los salva de la muerte del agua.



(Poesía recitada en 2008 en Lampedusa con motivo de la inauguración de la Puerta de Europa)

#migración

jueves, 11 de octubre de 2018

Sometimes with One I love A veces con alguien que amo. W. Whitman Traducción

Sometimes with One I love 

W. Whitman

A veces con mi amado

Traducción mía


A veces con mi amado me lleno de rabia por miedo a prodigar amor no correspondido,
Pero pienso que no existe amor no correspondido, 
la recompensa es segura de uno u otro modo

(Amé ardientemente  y mi amor no fue correspondido,
Y a pesar de ello, por ese amor he escrito estos cantos).

lunes, 8 de octubre de 2018

Este banco está vacío



Estaba yo sentada en este banco. 
No pude recordar lo que esperaba.

Noté en mi regazo telarañas. Debía de estar aquí desde hace días, quién sabe si semanas. 
Sentía de mis pies crecer raíces, hundiéndose profundas en la tierra. Segura estaba yo que  no era árbol, que mis brazos no eran ramas, y que savia no encerraban.

En el pecho un tenue movimiento. Cerré los ojos: me vi por dentro. La sangre fluía lenta por mis venas. Los pulmones apenas se expandían. Un flaco soplo sostenía el hilo de mi vida.

Los árboles tiraban ya sus hojas. Perdí la primavera y el verano.

Traté de recordar lo que esperaba. 
¿Una cita? 
¿Un retorno? 
¿La llegada de un extraño?
No pude recordar lo que esperaba. 

                                                               (Me fui)



sábado, 6 de octubre de 2018

Meleé


Fui territorio de conquista,

caleidoscopio  de mil batallas,

engranaje perfecto de sus dedos,

manantial y catarata y aguas mansas.

Fui territorio expugnado,

sus caricias  prepararon la asonada,

y sus labios el asedio de mi alma,

y fui  viento y brisa suave y marejada.

Avasallada  por la fuerza de su lanza,

horadada por el filo de su lengua, 

su saliva que quemaba como brasa,  

y la urgencia de sus manos que tocaban,

combate cuerpo a cuerpo, algaradas.

Fui territorio de conquista 

y fui grito y fui silencio y luego nada.



















viernes, 31 de agosto de 2018

amar es más espeso que olvidar e.e. Cummings Traducción Estela Peña Molatore


amar es más espeso que olvidar
más tenue que recordar
más raro que una ola mojada
más frecuente que fallar
más loco y lunático
y menos no debe de ser
que todo el mar que sólo
es más profundo que el mar

el amor es menos siempre que ganar
menos nunca que vivo
menos grande que el menor comienzo
menos desordenado que perdonar

más cuerdo y solar
y tanto que no puede morir
que todo el cielo
que es sólo más alto que el cielo.

#amoresmásespesoqueolvidar #e. e. Cummings

miércoles, 29 de agosto de 2018

El coleccionista


Hay quien colecciona antigüedades, chácharas, libros, zapatos, trucos de magia, libretas, imanes, corchos, caracoles marinos, gatos, rompecabezas, ases bajo la manga. Hay quien colecciona cirugías y cicatrices.

Yo colecciono historias. Tengo de todos tamaños, de muchos estilos. Las exhibo en la vitrina de cedro que está en el salón. Algunas son tristes, unas más bien aburridas, otras llenas de pasión. Hay de aventuras, otras de viajes y de lugares exóticos. Unas cuantas de misterio. Varias disparatadas. Historias de chamanes. Historias de sabios. Historias de locos.Y sólo una de amor: es una historia cortita, sencilla, simple.

miércoles, 8 de agosto de 2018

Las cosas que duran

Quiero las cosas que duran.

El refri que zumba. 
Mis gatos azules.
Quiero los libros de papel, 
                  que ocupan espacio, 
                  que están a la vista, 
                  que puedes abrir, oler y tocar. 
Un disco viejito. 
Las fotos impresas, en marco o en álbum. 
Mi amigo Guillermo.
El prendedor del colegio. 
Mi abrigo de plumas.



                     Que no al ego 
                             y si al desapego.
                     Que hay que soltar.
                             Que hay que dejar.
                    Que hay que abrir los brazos 
                            y liberar.


                 Que no me aferro. 
                           Que no ato, 
                                 Que no encarcelo.
                                       Que no amarro.
           

                          Que cuido.
                 Que procuro.
           Que quiero.
    Que amo.
¿Te quieres quedar?

martes, 7 de agosto de 2018

Cuentos (y mañas) que heredé


Apenas hace unos días abrí una vieja caja que tenía guardada en la bodeguita. Llevaba allí varios años empolvándose. Dentro, una colección de libros, libros de cuentos para niños:  los míos -un montón- y unos cuantos más que heredé y que pertenecieron a mi mamá cuando era niña allá en los años 30 (¡casi un siglo!), cuentitos de hadas que compraba con su domingo, con apenas unas cuantas ilustraciones que se podían colorear, cosa que casi nunca hizo; supongo que le divertía más leer que iluminar. Yo por mi parte, tampoco coloreé jamás esas láminas, quizá por la misma razón.

Esos y otros libros constituyeron mi primera biblioteca. Bastante modesta comparada con la biblioteca que había en casa, y es que tanto mi papá como mi mamá eran incansables lectores y amantes de los libros.

Así que crecí siempre rodeada de libros.

Pero vivir rodeado de libros no es motivo suficiente para que te gusten los libros y para que te guste leer -que son dos cosas emparentadas, pero no exactamente iguales-, porque ahí tienes a mi hermano al que nunca le ha gustado leer. 
Entonces ¿por qué me gustan los libros y por qué me gusta leer?

Los libros me encantan por su forma, por la consistencia de sus páginas, por cómo huelen: si son nuevos huelen a tinta y a papel y si son viejos, como esos cuentitos que acabo de sacar de la caja, huelen a tiempo y huelen a “libro”.  También me gustan las portadas de los libros, algunas son de verdad maravillosas, otras me intrigan porque hasta que no lees el libro no entiendes la portada y es genial cuando lo descubres. Me gusta también tocar los libros, algunos tienen letras resaltadas y me gusta cómo se siente el papel.

Me gusta el acto de leer, sentarme en un sillón, o leer en la cama, o leer en el metro, o leer caminando, o leer sobre el pasto.

Me gustan las historias que encuentro en los libros. Las descripciones de lugares a los que nunca he ido, de lugares que tal vez ni existen, pero no importa, porque una vez que los descubres, existen no sólo dentro de las páginas del libro sino también en tu cabeza. Me gustan los personajes, sus vidas, cómo son, lo que les gusta, lo que hacen, las aventuras que les suceden.  Me gusta porque me imagino (y vivo) muchas cosas, me imagino sus caras, sus voces, sus casas, me imagino lugares, calles, bosques, ríos, selvas, montañas, ciudades. Y siento también lo que ellos sienten, lo que los alegra, lo que los entristece, lo que les enoja, lo que les preocupa. Me gusta aprender y saber cosas nuevas y descubrir otras culturas, otras formas de ser,  de pensar, de ver, de vivir. 

¿Ves? Hay muchas cosas que me gustan y disfruto cuando leo. Pero si me preguntas ¿qué fue lo que hizo que me gustara? Me viene una escena a la cabeza: una escena que presencié muchas, muchas veces y que creo que contribuyó de forma muy importante para que me gustaran los libros y leer: mi mamá, o mi papá, o mi tía contando algún libro que habían leído. ¡Se emocionaban muchísimo! lo contaban con mucho detalle, la “hacían de emoción”, a veces hasta fingían las voces de los personajes, describían lugares, sensaciones, sentimientos, olores y sabores y todo eso lo sacaban del libro que estaban leyendo en ese momento o que acababan de terminar.

Entonces leer no era una cosa aburrida sino todo lo contrario y no se terminaba cuando cerraban el libro, sino que continuaba cuando lo contaban y ¡cómo lo contaban!  Y cuando los veía leer, estaban contentos, y en ocasiones se reían, otras veces le decían cosas al libro (sí, le hablaban a los personajes, se enojaban con ellos si metían la pata, o les daban ánimos cuando las cosas no iban muy bien), también a veces lloraban por lo que pasaba en la historia y se emocionaban cuando el libro estaba a punto de terminar, porque querían saber cómo acababa pero a la vez no querían que se acabara.

Esa emoción en torno a la lectura es lo que me movió y lo que hoy me sigue moviendo y lo que disfruto enormemente cada vez que abro las páginas de un libro. Y sí: también les hablo a los personajes, y me enojo, y los regaño y los consuelo y los aconsejo y me río y a veces lloro y aprendo de ellos y me muero por llegar al final y saber en qué termina la historia y me frustro cuando acaba. Y también les cuento a mis hijos (o a quien pueda) los libros que estoy leyendo: a veces en episodios y trato de dejarlos en suspenso y a veces les cuento de un tirón todo el libro, porque esas historias merecen ser compartidas y leídas y escuchadas.



* Colaboración para el programa de fomento a la lectura San Miguel de Allende, Gto. 2018




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