Durante meses había
pospuesto la limpieza de la biblioteca. El polvo se acumulaba cubriendo
los estantes y los libros.
Desde que inició la construcción
del edificio contiguo, no había tenido modo de mantener la casa limpia.
La suciedad se adhería
neciamente a todas las superficies. Las hojas de las plantas lucían un aspecto
opaco y caían lánguidas. La astromelia amarilla no floreaba desde marzo.
Las cortinas eran una calamidad y caminar descalzo había dejado de ser un
placer: la mugre se obstinaba en pegarse a las plantas de sus pies.
Lo que le daba pena
de verdad era el pobre librero. La estantería que solía conservar inmaculada
estaba cubierta por una gruesa capa de fino y persistente polvo. Los libros
eran un verdadero desastre.
Ahora que la
construcción estaba ya en su fase final podía por fin dedicarse a la urgente labor
de saneamiento.
Acercó la escalera,
apoyándola contra el sólido librero de madera y subió los seis escalones. Ya en
la cima, trapo en mano, inclinó levemente la cabeza de lado y comenzó a leer
entusiasmado los títulos: eran libros que hacía mucho tiempo no leía. Uno en
particular llamó su atención. Una bella y antigua edición de El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde
hermosamente ilustrada. Lo leería esa misma tarde. Emocionado, lo sacó y al
abrirlo ¡ay! comenzó a deshojarse. Trató de atrapar las hojas que se
dispersaban por los aires. Trastabilló, perdió el equilibrio. Sujetó con fuerza
el trapo como si éste lo pudiera salvar. Con la mano libre, intentó detenerse de algo y lo único que logró aferrar fue el escalón superior de la frágil
escalera que comenzó a caer también, amenazando con aplastarlo.
Como un bulto
cayó al suelo y la escalera sobre él. Podía ver las páginas del libro que
volaban lentas, el rostro terrible de Mr. Hyde, oscilando con parsimonia como
una hoja de otoño, sonreía con su tétrica mueca.
Un destello cegador y enseguida una espesa oscuridad lo invadió.
Cuando por fin abrió
los ojos. Sintió un agudo dolor en la cabeza. Instintivamente se llevó una mano
hasta tocar un prominente chichón sobre la frente. Se dio cuenta que aún sostenía el limpio
paño de franela. La ligera escalera encima de él, se sentía pesada como una losa.
Sin levantarse, miró
en torno y vio las hojas regadas por el suelo. Extendió un brazo, tomó una de
las páginas. La acercó a su rostro. Las palabras habían sido sustituidas por extraños símbolos que ahora no le decían nada.
A su lado, Mr. Hyde
sonreía burlón.
Solo necesitaba de un golpe en la cabeza (y no una bebida) para recordarle al Dr. Jeckyll que no estaba solo 😳.
ResponderEliminarEso es lo que sucede cuando se acumula polvo en el librero: los libros pierden la memoria ☝🏻🙂.
😉 gracias por leerme.
ResponderEliminarEl reclamo de Mr. Hyde. Felicidades.
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